Aristóteles afirmaba que cada cosa en el universo tenía su 'lugar natural'. Las piedras y demás objetos pesados tenían su lugar natural en el centro de la tierra (que además era el centro del universo), y por ello siempre tendían a caer. La caída resulta ser así un movimiento natural que hace tender a los objetos pesados hacia su sitio natural, pero en cuanto los apartamos de esa dirección y arrojamos la piedra hacia arriba, este movimiento 'violento' termina cesando para retomar su tendencia hacia la tierra. O sea, llegaba el momento de la caída. El aire y el fuego, en cambio, tienen su lugar natural en el confín del universo, de aquí que sus movimientos naturales los llevaban a alejarse del centro terrestre, o sea, a subir.
Carlos Castañeda, en "Las enseñanzas de Don Juan", relata las desventuras de cierto discípulo que, antes de iniciar su aprendizaje debía encontrar por sí mismo su 'lugar' físico en la habitación. Pasó varios días probando y equivocándose hasta que finalmente encontró el sitio que más le convenía a su preparación: un lugar aparentemente tan igual a cualquier otro. El carácter grotesco que pueda tener esta escena no le quita verosimilitud: todos nosotros, al entrar en un recinto (reunión, iglesia, cine, gimnasio, colectivo) buscamos el lugar que más nos conviene y donde estaremos más cómodos, elección que depende de innumerables factores como los ruidos, la luminosidad, la ventilación, y la lejanía o proximidad de ciertas personas. La psicología social ha mostrado, por ejemplo,
que el espacio que consideramos nuestra intimidad territorial está dado aproximadamente por un límite de 25 cm de la piel hacia afuera, y sólo permitimos atravesar esa barrera a las personas con quienes queremos intimar.
Existe un test que consiste en tomar una hoja en blanco y dibujar un punto en el centro (que representa al sujeto en cuestión). Seguidamente, se trata de marcar otros puntos representativos de otras personas de nuestro ambiente habitual (parientes, amigos, pareja, colegas), tan cerca o tan lejos del punto central como en ese momento lo sintamos. Un trozo de papel por el que muchos novios o novias pagarían mucho por conocer. Sólo por curiosidad.
En ciertas circunstancias, el lugar físico ocupado por una persona puede volverse dramáticamente muy importante, como cuando en algunas culturas y otras épocas nadie ocupaba la silla del difunto en la mesa familiar, o cuando en los supuestos casos de ubicuidad que menciona la parapsicología, un individuo puede estar en dos sitios físicos diferentes al mismo tiempo.
En otro orden de cosas, nuestro cerebro reptiliano según la teoría de Mac Lean define “nuestro” lugar cuando marcamos nuestro territorio. Cuando dejamos nuestra cartera o portafolio sobre una silla estamos diciendo: esa silla es “mi” territorio”, mi “lugar”, y nos sentiremos incómodos y hasta enojados si alguien coloca otra cosa encima invadiendo nuestro espacio.
Pero, ¿cuál es la importancia habitual del lugar físico de una persona? Por empezar, es un modo de regular y definir simbólicamente las relaciones sociales. El presidente del directorio ocupa la cabecera de la mesa de trabajo, el jefe de la familia la punta de la mesa, el anfitrión el mismo sitio y cada invitado un lugar predeterminado según su importancia. La planificación del protocolo suele a veces ser una tarea ardua, donde no resulta difícil herir susceptibilidades.
Existe sin embargo, una importancia muy especial de los lugares físicos que está más allá de las cuestiones protocolares. A la hora de organizar nuestra vida debemos resolver varias cuestiones como por ejemplo el 'qué' (qué haremos, qué seremos), el 'con quién' (quienes habrán de acompañarnos en nuestro paso por el mundo), el 'cuando' (en qué momento casarse, trabajar, viajar), pero también el 'dónde' (el lugar donde estaremos para vivir, descansar, estudiar, dormir, divertirnos). ¿Quien no se imaginó alguna vez la casa de sus sueños? ¿Quién no sintió mejor por el sólo hecho de cambiar de lugar físico, e incluso de cambiar de lugar los muebles que lo rodean? Sin embargo, frecuentemente ocurre que siempre volvemos a los lugares de los que nunca nos fuimos.
Los chinos dominan el arte del Feng-Shui, o arte de saber elegir el lugar donde vivir, trabajar o descansar según las características de cada persona o pueblo en particular, pues de ello dependerá su felicidad o su desgracia. El experto en Feng-Shui puede combinar armónicamente cinco factores: el terreno (preferiblemente ondulado), su estabilidad y tipo, la arena y el paisaje, el agua, y por último la orientación. Se dice que la ciudad de Hong Kong debe su actual emplazamiento a los consejos de un experto en Feng-Shui, que debió ser consultado ante los reiterados ataques de invasores que sufría la ciudad, porque estaba en el lugar equivocado.
En Occidente, quizá la profesión que más se asemeja a la del experto chino sea
la del arquitecto que diseña nuestra casa, o la del psiquiatra que curó la depresión de su paciente porque lo hacía ir a su consultorio en el medio el campo. A veces también nosotros mismos nos constituimos en 'expertos' cuando al elegir nuestra futura casa consideramos una serie de factores tales como los ruidos, los vecinos, la orientación respecto del sol, la vegetación, etc.
El hombre es él más su entorno, y así como el lugar donde vivimos termina adquiriendo nuestra fisonomía (cada dormitorio, cada barrio refleja la personalidad de sus ocupantes), así también cada habitante de un 'lugar' termina adquiriendo las características del mismo fusionándose con él para bien o para mal, según esté o no en el lugar adecuado y en el momento correcto.
Feng Shui Tradicional y clásico.
Carlos Sosa.
Carlos Sosa.
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